Pentecostés: que ‘el Espíritu cambie los corazones y lleve la paz a Tierra Santa’, pidió Francisco

Pentecostés: que ‘el Espíritu cambie los corazones y lleve la paz a Tierra Santa’, pidió Francisco

Durante la misa de Pentecostés, celebrada en la mañana de este domingo, en la Basílica de San Pedro, el Santo Padre pidió en su homilía “que el Espíritu cambie los corazones y los acontecimientos y lleve la paz a Tierra Santa”. También en este día, particularmente dedicado al Espíritu Santo, que cambia los corazones y los acontecimientos, el papa Francisco dedicó un pensamiento a Gaza –“¡cuánto dolor evoca, hoy, este nombre!”- y a Tierra Santa.

El pontífice exhortó en su homilía a cambiar, empujados por el “viento” del Espíritu, “fuerza divina” que “cambia los corazones y los acontecimientos”.

El cambio se produjo en los apóstoles -“que antes estaban temerosos, atrincherados a puertas cerradas, incluso después de la resurrección del Maestro”-, luego de descender sobre ellos el Espíritu: “se vuelven valientes y, partiendo hacia Jerusalén, se lanzan hacia los confines del mundo”.

“El Espíritu desbloquea las almas selladas por el miedo. Vence las resistencias. A quien se contenta con medias tintas, le plantea el arrebato de la entrega. Ensancha los corazones encogidos. Empuja al servicio, cuando éste tiende a asentarse en la comodidad. Hace caminar a quien siente que ya había llegado. Hace soñar a quien se apega a la tibieza. Es éste el cambio del corazón. Son muchos los que prometen estaciones de cambio, nuevos inicios, renovaciones portentosas, pero la experiencia nos enseña que no existe pretensión terrena de cambiar las cosas que satisfaga plenamente el corazón del hombre.

El cambio del Espíritu es distinto: no revoluciona la vida alrededor nuestro, pero cambia nuestro corazón; no nos libera de los problemas de golpe, pero nos libera por dentro, para afrontarlos; no nos da todo enseguida, pero nos hace caminar confiados, y hace que nunca nos cansemos de la vida.

El Espíritu mantiene joven el corazón. La juventud, a pesar de todos los intentos de prolongarla, tarde o temprano, pasa; por el contrario, el Espíritu previene del único envejecimiento malsano, que es el interior. ¿Cómo lo hace? Renovando el corazón, transformándolo de pecador a perdonado.

Éste es el gran cambio: siendo culpables, nos vuelve justos, y así todo cambia, porque de ser esclavos del pecado, pasamos a ser libres; de siervos, pasamos a ser hijos; de descartados, pasamos a ser preciosos; de estar desilusionados, pasamos a estar esperanzados. De esta manera, el Espíritu Santo hace renacer la alegría, así hace florecer la paz en el corazón”.

“Por lo tanto, hoy aprendemos qué hacer cuando necesitamos un cambio verdadero. ¿Quién de nosotros no lo necesita? Sobre todo, cuando estamos por el suelo, cuando nos cuesta levantarnos por el peso de la vida, cuando nuestras debilidades oprimen, cuando seguir adelante es difícil, y amar parece un imposible. Es entonces que precisamos un “reconstituyente” fuerte: es Él, la fuerza de Dios. Es Él que, como profesamos en el ‘Credo’, «da la vida». ¡Cuánto bien no haría tomar todos los días este reconstituyente de vida! Decir, al despertarnos: ‘Ven, Espíritu Santo, ven a mi corazón, ven a mi jornada’”.

“El Espíritu, después de cambiar los corazones, cambia los acontecimientos, las circunstancias. Así como el viento sopla en todas partes, de la misma manera, Él llega incluso a las situaciones más impensadas. En los Hechos de los Apóstoles –que es un libro totalmente por descubrir, donde el Espíritu es protagonista- presenciamos un dinamismo continuo, rico de sorpresas. Cuando los discípulos menos se lo esperaban, el Espíritu los envía a los paganos. Inaugura caminos nuevos, como en el episodio del diácono Felipe. El Espíritu lo impulsa a tomar un camino desértico, que va de Jerusalén a Gaza – ¡cuán doloroso suena, hoy, este nombre! Que el Espíritu cambie los corazones y los acontecimientos y lleve la paz a la Tierra Santa. Yendo por este camino, Felipe predica al funcionario etíope y lo bautiza; luego el espíritu lo conduce a Azoto, luego a Cesarea: siempre a situaciones nuevas, para que difunda la novedad de Dios. Luego está Pablo, que «obligado por el Espíritu» (Hechos 20,22) viaja hasta los confines extremos, llevado el Evangelio a pueblos que él jamás había visto. Cuando está el Espíritu, siempre sucede algo, cuando Él sopla, ya no hay más bonanza. Jamás”.

Cuando la vida de nuestras comunidades atraviesa períodos de ‘fiaca’, donde se prefiere la quietud doméstica a la novedad de Dios, es un signo feo. Quiere decir que se busca un refugio del viento del Espíritu. Cuando se vive para la autoconservación y no se va más lejos, no es un bello signo. El Espíritu sopla, pero nosotros plegamos las velas. Y, sin embargo, tantas veces lo hemos visto obrar maravillas. ¡Suele suceder que, justamente en estos períodos más oscuros, el Espíritu suscita la santidad más luminosa! Él es el alma de la Iglesia, siempre la reanima de esperanza, la colma de alegría, la fecunda de novedad, le dona brotes de vita”. “El Espíritu recuerda a la Iglesia que, a pesar de sus siglos de historia, ella siempre es una veinteañera, la joven Esposa de la cual el Señor está perdidamente enamorado”.

El Espíritu “traerá la fuerza de cambio, una fuerza única que es, por así decirlo, centrípeta y centrífuga al mismo tiempo. Es centrípeta, es decir, empuja hacia el centro, porque actúa en lo íntimo del corazón. Lleva unidad allí donde hay fragmentariedad, paz donde hay aflicción, fortaleza donde hay tentaciones”. “Pero al mismo tiempo, Él es una fuerza centrífuga, es decir, empuja hacia el exterior.

Aquél que lleva hacia el centro es el mismo que manda a la periferia, hacia cada periferia humana; Aquél que nos revela a Dios, nos empuja hacia los hermanos. Envía, vuelve testigos y por eso infunde –sigue escribiendo Pablo- amor, benevolencia, bondad, mansedumbre. Sólo en el Espíritu Consolador decimos palabras de vida y alentamos verdaderamente a los demás. Quien vive según el Espíritu está en esta tensión espiritual: se encuentra desplegado al mismo tiempo hacia Dios y hacia el mundo. Pidámosle ser así. Espíritu Santo, viento impetuoso de Dios, sopla sobre nosotros. Sopla en nuestros corazones y haznos respirar la ternura del Padre. Sopla sobre la Iglesia y empújala hacia los extremos confines para que, llevada por ti, no lleve nada más que a ti. Sopla sobre el mundo el calor delicado de la paz y el fresco descanso de la esperanza. Ven, Espíritu Santo, cámbianos por dentro y renueva la faz de la tierra”. +

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