Mons. Castagna: “La soberbia de la vida malogra muchos talentos”

Mons. Castagna: “La soberbia de la vida malogra muchos talentos”

Corrientes (AICA): El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, lamentó que la virtud necesaria de la humildad brille por su ausencia en la sociedad actual, y advirtió que “la soberbia de la vida malogra muchos talentos”. “Un sincero gesto de modestia y humildad transforma la mediocridad en virtud destacada y la ignorancia en sabiduría”, aseguró, y agregó: “Necesitamos, ante los estragos ocasionados por la corrupción, el testimonio virtuoso de quienes la han evitado o han regresado de ella”.
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, lamentó que la virtud necesaria de la humildad brille por su ausencia en la sociedad actual, y cuestionó que se cometan “estupideces, a todo nivel, porque ‘la soberbia de la vida’ parece regir el espíritu y el comportamiento”.

“¡Cuánto talento desperdiciado! ¡Cuántos hombres y mujeres ‘grandes’ se pierden ante incontables posibilidades desaprovechadas!”, expresó en su sugerencia para la homilía dominical.

El prelado sostuvo que “cuando escucho las intervenciones de algunos políticos, científicos y periodistas, advierto, con dolor, que la soberbia de la vida malogra muchos talentos” y aseguró, por el contrario, que “un sincero gesto de modestia y humildad transforma la mediocridad en virtud destacada y la ignorancia en sabiduría”.

“Necesitamos, ante los estragos ocasionados por la corrupción, el testimonio virtuoso de quienes la han evitado o han regresado de ella. Las exigencias del llamado a la conversión no conforman una frustración anticipada. Innumerables santos dan prueba de que la única manera de ingresar en el Reino es adoptar la humildad de los niños”, subrayó.

Texto de la sugerencia

1.- La pedagogía del Adviento. Toda preparación, para celebrar los principales Misterios de nuestra fe, se constituye en ocasión para la conversión. La Liturgia pedagógica de la Iglesia ordena, la celebración de la Palabra y de los sacramentos, a la renovación de la vida de fe de los bautizados. Tiempos fuertes, particularmente intensos, donde Dios interpela y desnuda los corazones con una indisimulable franqueza. Juan Bautista traduce, en sus gestos y palabras, el conocimiento que Dios tiene de los hombres. No se deja engañar por las apariencias, en las que quedan entrampados los fariseos y publicanos de su tiempo. El Profeta enfrenta a cada uno de ellos e ilumina sus conciencias con la palabra que les predica. La severidad de sus expresiones se convierte en espada de doble filo, que hiere y cura: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan frutos de sincera conversión, y no se contenten con decir: Tenemos por padre a Abraham”. (Mateo 3, 7-9)

2.- El Bautista, profeta de Dios. Durante el tiempo de Adviento, ya iniciado, es conveniente dejarse interpelar por el Bautista, aunque nos duela lo que diga. Si no es el tono áspero del predicador - lo que nos causa desasosiego y dolor - tendremos que reconocer que la causa de nuestra saludable aflicción es la misma Palabra de Dios, propuesta por él. La Verdad es el antídoto contra el error y la corrupción. La gente, que acude a Juan, busca expresar un sincero arrepentimiento por sus miserias y pecados. Aquel hombre - “más que un profeta” - es un transmisor del llamado divino a reconocer los pecados personales y sociales, a fin de que, cuando aparezca el Cordero inmolado - que perdona – sus oyentes puedan acceder a la gracia de la conversión. Este Adviento es una oportunidad más para que, la vida de los bautizados, se constituya en testimonio de santidad. Es lo que este mundo, sumergido en el materialismo y el relativismo, está necesitando de los cristianos, según la expresión inspirada de San Juan Pablo II (2001). Algunos escucharán estas expresiones con ánimo incrédulo, como si les propusieran resolver los grandes enigmas filosóficos en base al texto ingenuo de un cuento de hadas. Por otro lado Jesús asegura que la única manera de acceder a la Verdad - o al Reino - es adoptar la actitud del niño: “Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrará en el Reino de los Cielos”. (Mateo 18, 3)

3.- La soberbia de la vida. Esa actitud necesaria incluye una virtud que brilla hoy por su ausencia. Me refiero a la humildad. El Obispo y mártir San Cipriano decía: “Todo cuanto hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida”. Muy oscura perspectiva, pero real. Podríamos, sin quitarle un ápice, trasladarla a nuestro mundo del siglo XXI. Se cometen estupideces, a todo nivel, porque “la soberbia de la vida” parece regir el espíritu y comportamiento en nuestra sociedad. ¡Cuánto talento desperdiciado! ¡Cuántos hombres y mujeres “grandes” se pierden ante incontables posibilidades desaprovechadas! Cuando escucho las intervenciones de algunos políticos, científicos y periodistas, advierto, con dolor, que la soberbia de la vida malogra muchos talentos. Un sincero gesto de modestia y humildad transforma la mediocridad en virtud destacada y la ignorancia en sabiduría. Los santos, como el Bautista, constituyen la prueba de que el cambio, solicitado por la Palabra, es posible y urgente. Necesitamos, ante los estragos ocasionados por la corrupción, el testimonio virtuoso de quienes la han evitado o han regresado de ella. Las exigencias del llamado a la conversión no conforman una frustración anticipada. Innumerables santos dan prueba de que la única manera de ingresar en el Reino es adoptar la humildad de los niños. El Apóstol Pablo no teme contradecir al fariseísmo, contemporáneo suyo, con expresiones fuertes: “Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios”. (1 Corintios 1, 27-29)

4.- La necesaria actualización del Adviento. ¡Qué bien caben hoy aquellas expresiones! Se puede aún frenar el rio impetuoso que se precipita hacia el abismo. La fe en Cristo lo ha logrado y lo sigue logrando. En el tiempo de Adviento la Iglesia adopta la metodología del freno, para introducir la Palabra de Dios y llamar a la conversión. Nunca es tarde, aunque la marcha de la historia se vuelva vertiginosa y la inclinación hacia el abismo del mal parezca ingobernable. El testimonio histórico de notables conversiones expresa, a las claras, la eficacia transformadora del “poder de Dios”. Hoy, como siempre, la gracia del Evangelio reiterará esos prodigios alentadores. El peor hombre puede convertirse en un dechado de equilibrio y de virtud. El “hacerse como un niño” dispone el corazón para la obra de santidad, exclusiva de Dios. La urgencia de comunicar esta verdad impulsa a la Iglesia a evangelizar hoy al mundo.+

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